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martes, 28 de diciembre de 2010

La ola de Flavia (?)

graham-greene

Graham Greene: ahora dicen que sería el autor favorito de Diego Torres.

Creo que todos, en algún u otro momento de su vida ha sentido esas alegrías enormes que nos llenan el alma y nos hacen sentir como si fuéramos nuevamente niños. Esos momentos en que no sabemos si reírnos o llorar; esos momentos en que las palabras no alcanzan para expresar lo que sentimos y nos vemos en la necesidad de abrazarnos con la gente que tenemos alrededor. No me refiero a la felicidad, que sin lugar a dudas es un estado más permanente, sino en esos momentos gloriosos que nos suceden de vez en cuando. El amor, un nacimiento, un gesto desinteresado, son algunos de los disparadores de la alegría, pero también pueden serlo cuestiones mucho más triviales, como un golpe de suerte, un día de sol o un asiento libre en el colectivo (?)

En mi caso, la primera vez que recuerdo haber sentido esa sensación fue cuando tenía unos siete años y mi viejo nos llevó, a mi hermano (que tendría unos nueve años) y a mí a ver un partido de Boca. Como somos de Pergamino aprovechamos un fin de semana en que visitamos Buenos Aires, para comenzar una campaña para que nos llevaran a La Bombonera. Ahora bien, permítanme una pequeña digresión. Todo el mundo sabe que el fútbol constituye el lubricante social por excelencia para los varones argentinos, en reñida disputa con el alcohol. Pero lo cierto es que cuando uno es un niño, el alcohol tiene las de perder. Por lo tanto, en las tiernas edades de la primera escolarización, saber cómo forman los equipos que integran el campeonato de primera división se transforma de una cuestión trivial en la puerta de acceso a un grupo de amigos, especialmente cuando uno no se encuentra dotado para la práctica de dicho juego. Por supuesto,que la potencia del fútbol como proveedor de identidad comienza prontamente a erosionarse. El primer golpe, y tal vez el fundamental, lo otorga la aparición de las mujeres en las vidas de estos, adolescentes entusiastas de la número cinco (?). Por alguna razón, las chicas son absolutamente impermeables a los conocimientos futbolísticos y sus intereses parecen extenderse a cuestiones más concretas que saber el nombre del arquero suplente del Loco Gatti en la campaña 86-87 (si la memoria no me falla era Julio Cesar Balerio). Comienza entonces un período de reeducación de los adolescentes, que nada tiene que envidiarle a los “tratamientos” soviéticos, que nos permite relacionarnos con la otra mitad de la humanidad. Es por esa razón que alrededor de los quince o dieciséis años dejamos de interesarnos pasionalmente por el fútbol. Puede que siga siendo importante, pero ya no lloraremos por las derrotas ni nos alegrara la semana  el triunfo de nuestro equipo. Muchos hombres continúan viviendo el fútbol con esta pasión, pero pasado este punto me encuentro en condiciones de afirmar que estamos en presencia de una patología.

Sin embargo, encontrándome, como me encontraba, en la más tierna infancia, lejos  estaba de sospechar estos futuros desarrollos. Si a esto sumamos que vivíamos en una pequeña ciudad del interior del país, entonces la posibilidad de ir a la cancha nos ponía a mi hermano y a mí en una posición de ventaja sobre nuestros amigos de la escuela. Con todo esto en mente, comenzamos una demoledora ofensiva sobre la resistencia de mi padre, a quién el fútbol le interesaba un rábano (?). Finalmente, y luego de varios días de asedio, nos anunció que el domingo iríamos a la cancha de Boca a ver el partido. En estado de completa excitación, pasamos los próximos días a la espera del domingo, en una actitud que debe haber estropeado las distintas actividades familiares de ese fin de semana. Cuando finalmente llegó el domingo a la tarde, nos dirigimos a la parada del 86 para hacer el viaje Once-La Boca. Tal vez sea importante señalar que en realidad, y pese a qué íbamos a La Bombonera, no veríamos un partido de Boca. En aquella época San Lorenzo no tenía cancha, y hacía las veces de local (?) en cancha de Boca, por lo que aquel domingo lo veríamos jugar contra Independiente. Si bien esto era un contratiempo, ni mi hermano ni yo  dejaríamos que nos arruine la ida a la cancha y, a fuerza de ser justo, debo decir que a mi viejo no podría importarle menos quién jugara aquella tarde, por lo que nos dirigimos rumbo a La Bombonera como quién va a una fiesta, pero una fiesta de personas desconocidas. Sin embargo, una vez que dejamos atrás la Plaza de Mayo y la gente empezó a cantar dentro del colectivo, todas nuestras prevenciones quedaron atrás.

Mi viejo, preocupado por nuestra seguridad, sacó entradas en la platea media, del lado del local, en este caso San Lorenzo. Sacar las entradas nos llevó un tiempo considerable por lo que, típico en nosotros, llegamos tarde al inicio del partido. Medio a las corridas pasamos los controles y empezamos a subir las escaleras hasta las tribunas, escuchando todo el tiempo los cánticos de las hinchadas. Ahora bien, para aquellos que nunca hayan ido a una cancha de fútbol, deben saber que hasta el momento en que se accede a las tribunas se deben atravesar una serie de escaleras oscuras y mal ventiladas, donde los vahos de décadas de micciones masculinas resisten exitosamente el desalojo del aire puro (?). Y esto nos pone en el punto central del recuerdo de mi primer momento de plena alegría. A medida que atravesamos el infinito gris de las interminables escaleras, apurados por el inicio del partido, el encierro y la emoción de la gente; cuando finalmente completamos el último tramo de la escalera y salimos al aire libre, me shockeó (?) el más impresionante de todos los verdes, el césped de La Bombonera. La alegría me golpeó de una manera increíble. No fueron los gritos de las hinchadas, ni los goles (Independiente ganó 2 a 1); lo que más me impresionó fue el contraste entre el cemento del estadio y el color del campo de juego. Sé que debería estar hablando de las dotes técnicas de algún jugador, o del espectáculo de las hinchadas, pero bueno… nadie es perfecto. Para mí el fútbol fue una experiencia estética, y de alguna manera lo sigue siendo.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Piden las paredes libertades.

manuelita

No sé por qué, pero yo los tomaría en serio a los muchachos.

Quienes recorren diariamente las calles de la ciudad podrán haber notado que uno de los cambios más profundos que produjo la primera década del siglo XXI, ocurrió en esa forma de expresión ciudadana que son los grafitis. Lejos de haber desaparecido, los grafitis han ido transformándose para adquirir formas más artísticas y, curiosamente, menos originales.

Debo decir que cuando era un niño los grafitis cumplían la función principal de alertar a los vecinos sobre algún suceso, opción u oferta. Si a fulanito le gustaba fulanita, no tenía mejor idea que dejar que todo el barrio lo sepa mediante una pintada; si las elecciones se acercaban,los buenos jóvenes de tal o cual partido nos dejaban saber que el señor X era la conducción y que la señora ñ (la ñ para mí es femenina) se presenta como candidata al consejo escolar; ¿cuántas bandas de las que no hemos escuchado un tema conocemos por las voluntariosas pintadas de sus integrantes y seguidores (en este rubro creo que Trujamán´lleva una clara delantera)? Las pintadas y grafitis funcionaron como una forma de publicidad no tradicional, que resultaron efectivas sólo porque contradijeron el carácter efímero de los medios publicitarios.

Las pintadas perduran a través de las elecciones (juro que he visto en Pergamino una pintada del partido Conservador); permanecen aún cuando nuestros amores adolescentes tocan a su fin y pueden ser reconocidos cuando a todas esas bandas de barrio les llegó su Yoko Ono (?). Dada la perdurabilidad de las pintadas nunca entendí cómo a las empresas no se les ocurrió salir a pintar consignas con sus marcas, aunque me imagino que debe estar prohibido. Sin embargo, debemos decir que el grafiti no pudo competir contra los desarrollos tecnológicos y el generalizado berretismo del mundo. No es lo mismo salir a pintar “Luche y Vuelve” que “Alica Alicate”, por más esfuerzos que se pongan. En estos días de miedo al prójimo y televisión, es más efectivo pagar un spot publicitario que recurrir a una pintada en un espacio público del que muchos se niegan a participar. Por otra parte fotologs, msn, Facebook y todas esas redes sociales, han demostrado ser un punto de encuentro más efectivo para novios y banditas de rock que la pared del vecino de la esquina.

Sin embargo, y como hemos señalado, los grafitis no han desaparecido de nuestras ciudades, antes bien, diría que hay más que antes. Han mutado en su forma, remedando signos cuneiformes; han agregado color; perspectiva y efectos que los alejan del mero medio de comunicación y lo posiciona mucho más cercanos a disciplinas artísticas. Perdón, déjenme rectificarme, son en muchos casos obras de arte. No obstante lo dicho, algo hay en estos nuevos grafitis que no me convence. Cuándo uno ve una película filmada en Nueva York, o por caso en Río o en Ámsterdam, nota inmediatamente los mismos grafitis que se encuentran en nuestras ciudades. Algunos de ellos son bellísimos, otros menos, pero lentamente están convirtiendo los paisajes urbanos en uno sólo, en un gran grafiti global ininteligible que sirve de telón de fondo a nuestras vidas diarias. Todavía no decidí cuáles pintadas eran mejores, tampoco sé si hace falta tomar partido. Sólo puedo decir que dado que estaremos viéndolos por unos cuantos años, cuánto más lindos le salgan, mejor.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Acordemos en que desacordamos

silvio

Lamentablemente no encontré la foto en la que el Che está con un poster de Silvio, porque si no…

En líneas generales me encuentro cómodo con la idea de la militancia. Apoyar a una idea, un modelo político, una mujer, una religión, un club de fútbol, me parece positivo. Creo que esas son las cosas que le dan sentido a la vida, que nos confieren identidad. Sin embargo, hay algunas cosas de la militancia que no me convencen. Fundamentalmente el no poder manifestar mi desacuerdo en las pequeñas cosas. Por alguna razón, estas minucias pasan a tener demasiada importancia, a convertirse en cuestiones de vida o muerte. Por ejemplo, la música de Silvio Rodríguez me parece horrible, pero no puedo decirlo; le estaría haciendo el juego a la derecha (?). Yo entiendo que el chabón es copado, del palo, que él le canta a la revolución cubana y que después de Fidel y su hermano no hay personaje más icónico de la lucha antiimperialista. Pero su música no me gusta nada. Lo he intentado. He oído sus canciones, he visto especiales sobre él en la tele y hasta fui a ver al chabón que lo imita  que le hace los homenajes (se llama Querido Silvio: huelgan los comentarios) y no puedo lograr que me guste.

Me parece que “Ojalá” está buena, lo que es peor que no te guste para nada. Si sólo te gusta la música comercial de Silvio (cómo si semejante cosa existiera) te convertís de manera inmediata en el tipo que no entendió nada. Aunque tengo a mi favor que la del unicornio, por lejos la más conocida de su repertorio, me parece un pelotazo.

Lamentablemente no puedo gritar a los cuatro vientos que no me gusta la música de Silvio; que me parece un buen tipo, pero que no me cabe su repertorio; que todo bien con la revolución pero no por eso nos tenemos que fumar el disco entero de Silvio Rodríguez. Con qué cara iría a la “Casita Cultural de Humahuaca” (?) si se enteraran del poco placer me causa su música. Me convertiría en un paria, un verdadero paria.

Se va formando en nuestros pobres corazones torturados una nueva categoría. Existe la música que nos gusta, la que no nos gusta y la que nos gustaría que nos gustara. Tomemos a Bruce Springsteen como ejemplo. El tipo es una especie de héroe de la clase trabajadora yanqui; un hombre que cuenta las penurias del hombre común, explotado por los grandes capitales en los viejos centros fabriles del Este de los Estados Unidos; un artista que denuncia con todas las letras las injusticias a las que los Goliats (?) modernos someten a los pobres Davides proletarios. A uno no le queda más que amar a un tipo así. Bueno… todo bien, pero la verdad es que no me gustan sus canciones. No puedo hacer nada para evitarlo. Hay tardes enteras en que me encierro a mirar a Rial (?) y a meditar sobre cómo se facilitaría mi vida si realmente me gustaran las canciones del bueno de Bruce. Puedo fingir, y cantar entre dientes “Born in the USA”, pero me engaño a mí mismo. Simplemente no es para mí.

En estos días me volvió a pasar. Escuché las declaraciones del cantante de Calle 13 sobre la independencia de Puerto Rico, sobre su admiración por las madres de Plaza de Mayo y su apoyo a las causas de derechos humanos e inmediatamente surgieron mis ganas de que me gusten sus canciones. Sin embargo, de nuevo sufrí una decepción. Por alguna razón, (creo que la edad puede formar parte de la explicación) no me gusta el Reggaeton. Y si bien a veces meten unos riffs rockeros, la verdad es que no me gustan. Yo entiendo que la militancia requiere sacrificios, y tampoco estoy pidiendo que me dejen leer poemas de Borges en las marchas, pero creo que uno podría sincerar algunos gustos musicales sin tener que sufrir el ostracismo. Sería importante que reflexionemos un poco sobre el tema, le estaríamos haciendo un bien a la democracia (?).

sábado, 11 de diciembre de 2010

Tiene más chispa que el magiclick 2

time-is-money

Lugar Común: El tiempo es oro…o lo que puedan comprar estas monedas

Continuando con la serie “El ingenio es enemigo de la inteligencia”, presentamos hoy su corolario: “La gente culta lo está arruinando para todos” Por ejemplo, parece que el bueno de Aristóteles inventó él concepto de Lugar Común para referirse a aquellos conceptos y estructuras lingüísticas que se encuentran en todos los discursos y de los que no es posible prescindir. Citaba como ejemplo, las relaciones entre mayor y menor o las correlaciones que se establecen entre dos seres (padres e hijos,etc.) Hasta aquí, todo bien. Pero no va que aparece un culto (estoy usando el término casi como si fuera un insulto, como si les estuviera diciendo cheto (?),… a veces se lo merecen) en una Vernissage o en algún otro tipo de acontecimiento social, y ante alguna frase trillada y carente de sentido de uno de los presentes (por ejemplo si todas los presidentes fueran mujeres no habría guerras), le espeta en la cara:

–¡Pero González!…Lo que usted ha dicho es un perfecto lugar común..

La comparación es buena; ese tipo de frase parece ser inevitable y no hay manera de prescindir ella. Sin saberlo, y mientras festeja con una de esas risas que hacen que la gente de a pie identifique a los ingleses con los homosexuales (?), le está asestando un duro golpe a la cultura. A partir de ese momento, por una suerte de efecto deslumbramiento, la gente empieza a repetir el chiste y el concepto de lugar común, se convierte en un lugar común en sí mismo. Así, los escribanos del pueblo comienzan a señalar con sincero horror que tal o cual comentario es un lugar común; desde una olímpica altura que lo mantiene a buen resguardo del común de los mortales. ¿Y como llegan tan espirituales seres a semejantes niveles de sensibilidad estética? Pues gracias al chiste de un culto que lo arruinó para todos.

Isn’t it ironic?...

che

Ernesto Guevara: Personaje histórico favorito de “Amigacho”

La ironía es una forma de crueldad. Prueba de esto es que las autoridades uruguayas decidieron abrir una cárcel en el pueblo de Libertad en el Departamento de San José; el famoso Penal de Libertad.  Se trata de la principal cárcel del Uruguay, y uno de los centros de detención ilegal y tortura durante la última dictadura. La vuelta de la democracia no lo ha convertido en un lugar mejor.

Concuerdo con que comparadas con las atrocidades que se cometieron (y cometen) dentro de sus muros, el nombre del presidio es un detalle menor, pero no por eso se debe dejar de tomar nota sobre su sentido.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Después de los 40 tenés la cara que te merecés

blatter grondona 

leoz  platini

 

Joseph Blatter, Julio Grondona,Nicolás Leoz y Michel Platini, buenos muchachos…

No soy una persona versada en la ciencia médica, pero si fuera genetista investigaría a la FIFA; algo pasa ahí. Por alguna razón todos terminan teniendo la misma cara. No sé si ésta mutación se debe al agua o a la comida, o simplemente a la maldad, codicia o falta total de consideración por los seres humanos, pero creo que estamos en presencia de un fenómeno médico que merece ser investigado.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Esgrimiendo argumentos.

esgrima 2

Por alguna razón la escena de esgrima incluye una escalera en el palacio real.

Por curioso que parezca, no pude entender la esencia de la esgrima hasta que fui relativamente grande. Es que cuando era chico, (que es el momento en la vida de una persona de estos tiempos en que nos encontramos más cercanos a esta casi desaparecida disciplina deportiva) estaba convencido de que la esgrima se limitaba a chocar las espadas un número determinado de veces hasta que el protagonista se decidía a clavar a su adversario. Ya sea Errol Flynn, Guy Williams, Mark Hamill o Enrique Muiño (?) en la “Guerra Gaucha”, todos tenían que pasar por el arduo ritual de chocar las espadas antes de decidirse a definir la contienda. Por supuesto que la impresión que me quedaba era de por qué no los mataban en el primer movimiento, evitándose el largo preámbulo, pero también debo admitir que le sumaba un poco de emoción a la acción.  Como productor de Hollywood, me hubiera ido al descenso.

Con dos palitos lo arreglamos…

peter pan 

Peter Pan: sería el único personaje que no sería made in China (?)

Una de las sensaciones más comunes que nos asaltan cuando visitamos un restaurante chino, es la completa indignación por la ausencia de pan. Digamos que la cultura china, que se remonta a más de cinco mil años de historia, no ha sido capaz de inventar el pan. Es decir que el pueblo que inventó la pólvora, los fuegos artificiales, las torturas refinadas (?), el ábaco y el trabajo esclavo (?) no ha sido capaz de inventar el pan. Digamos que en cinco mil años de historia, a ninguno de los miles de millones de chinos que habitaron ese país se les ocurrió mezclar harina, agua y levadura.¿Qué nos dice esto de la cultura china? ¿Con qué cara deberemos escuchar las reflexiones de Confucio, a la luz de las revelaciones relativas a las panificadoras?

Pensemos en el otro invento chino que no hemos mencionados: los fideos. No hace falta más que pase un italiano (aunque ahora algunos dicen que era croata) para que no sólo les robe el invento, sino que se identifique la pasta con el país de la bota. Esa identificación sólo fue posible gracias a que el pan permite ser mojado con el tuco. Seamos buenos, esa es la única razón por la que la pasta tuvo tanto éxito. Y es esa la razón por la cual la actitud de los chinos es inentendible. La comida china tiene mucha salsa, por lo que su pereza es inexcusable. Para colmo estos tipos comen con palitos. Ni siquiera te ponen una cuchara los zarpados. En cambio miren como en occidente la invención del pan, dio lugar al desarrollo inevitable al sándwich, y de su mano al capitalismo. La aparición del sándwich provocó que se pudiera hacer más efectiva la explotación de los trabajadores. Si no hubiera sánguches (?) no hubiera habido expropiación de la plusvalía por parte de los capitalista, por lo que podemos decir que el camino del pan lleva casi inevitablemente al capitalismo. Saben qué…aguanten los chinos que no descubrieron el pan.