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sábado, 25 de septiembre de 2010
Yo le apuesto al profesor adjunto
No serían el único acto malvado cometido en la ciudad (?).
Públicos de todas las edades, sexos y nacionalidades, parecen disfrutar todas las semanas de las aventuras del inspector Morse, de la policía de Thames Valley. Aún considerando las habilidades actorales del fallecido John Taw, es claro que el gancho de la serie se encuentra en que el dichoso valle del Támesis incluye, nada más y nada menos, que a la ciudad de Oxford. La tentación de asomarnos a ese mundo de refinamiento e intelectualidad resulta demasiado grande para sus millones de televidentes. Ahora bien, el asunto es que la comparativamente pequeña ciudad de Oxford ha sido cita de por lo menos un crimen semanal durante los últimos 20 años, lo que la convierte en la ciudad más peligrosa del mundo (reduciendo a William Morris, la Mordor argentina (?), a un indecoroso segundo puesto) y a los catedráticos británicos en los tipos más pesados de la historia.
Pero si, como decía Fangio, dejamos las chicanas de lado (?) la comparación llama nuestra atención sobre la preferencia de los escritores de policiales por las pequeñas localidades perdidas por ahí. Ya sea la Oxford de Morse, el Ystad de Wallander o St. Mary Mead de Miss Marple, todos esos pueblitos ofrecen una ventaja esencial a los novelistas: un ambiente cerrado y aislado. La elección de uno de estos entornos es casi un acuerdo entre el escritor y sus lectores. El autor nos plantea que los elementos para resolver la incógnita se encuentran presentes desde el principio; que si somos lo suficientemente perspicaces podemos dar con el asesino nosotros mismos. Pero fundamentalmente nos dice que no recurrirá a ningún truco barato para resolver la trama. No se apelará a un deus ex machina que venga a aportar claridad donde la falta de imaginación del autor prometía dejarnos en tinieblas.
Es por esta razón que tantos nóveles escritores fatigan nuestras pampas en la búsqueda de algún pequeño pueblito que puedan usar como laboratorio para sus futuras novelas. Aguijoneados por el viejo proverbio que prescribe infiernos grandes para pueblos chicos, nuestros infatigables escritores se afanan en documentar rutinas, giros idiomáticos, costumbres y, al mismo tiempo, en imaginar truculentas formas de esparcimiento para los pobres vecinos. En muchos casos sus esfuerzos se ven recompensados y llegan a publicar novelas exitosas; verdaderos portentos modernos que mezclan en partes iguales inteligencia y bucolismo.
Es entonces que, seducidos por los cantos de sirena de los inescrupulosos agentes editoriales, deciden que la formula todavía puede funcionar. Después de todo, ya tienen la investigación hecha. Se deciden entonces a sacar de su retiro al sagaz diariero o ama de casa o policía rural (o lo que fuera) que protagonizó su libro anterior. Y son capaces de repetirlo indefinidamente, en continuación tras continuación de una saga interminable. Y el público juega también su parte, encariñándose con el protagonista y sus conservadoras reflexiones sobre un mundo que pierde su curso (todavía no leí una novela policial protagonizada por un investigador trotskista) y demandando que los villanos se sumerjan cada vez más hondo en el fango de la miseria humana. Lo que nos lleva a preguntarnos ¿cómo podían convivir todos estos sociópatas en este pequeño pueblo antes de que empezaran las novelas? No es que uno se convierte en un sádico de la noche a la mañana, probablemente lo haya sido desde hace mucho. ¿Cómo es posible que las autoridades tuvieran que esperar a que esta noble jubilada o este voluntarioso farmacéutico se pusieran en campaña, para frenar las atrocidades que se cometen en el pueblo? ¿Cómo es que en las novelas anteriores no se mencionara nada sobre este tipo que ahora es tan abiertamente sospechoso? En fin, creo que se capta el punto. Me parece que hay que abandonar la fórmula antes de que la fórmula te abandone a vos.
A modo de consuelo por haber tenido que leer esta parrafada para nada, los dejo con un consejo. Hagan como yo, pidan la beca en Cambridge, que uno nunca sabe con qué fines quieren los de Oxford que uno vaya a estudiar allá.
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Yo conozco un pueblo de psicópatas porque casualmente nací en uno. Y por eso me escapé antes que me pasen a mejor vida.
ResponderEliminarAhora, con respecto al point, un pueblo lleno de gente que se vigila y que con una frecuencia estadística ominosa sufre el asesinato de sus vecinos más caracterizados, más que una novela parece una purga. Yo apostaría a una conspiración de un hacendado o un indigente, que desea apropiarse del pueblo por miedo o vacancia.
Si no fuera sábado a la mañana lo estaría dilucidando.
Estimado Dormidano:
ResponderEliminarCreo que en el fondo todos los que nos venimos desde nuestras pequeñas ciudades a estudiar a la capital deberíamos ser considerados refugiados o desplazados de acuerdo a lo que dispone las Naciones Unidas. Nuestras vidas corrieron peligro. Me parece que habría que seguir la línea de la conspiración, pero siempre desde capital no vaya a ser que todavía la liguemos nosotros. Saludos.