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Reflexiones
Lance Armstrong (?): Sería el que trajo el souvenir de más lejos. ¡Te re cabió, Hard Rock Café Ho Chi Ming City! (?)
Uno de los muchos fenómenos sociales que no comprendo, es la compulsión que tiene la gente por comprar “recuerdos” de los lugares que visitan. La industria del suvenir (?) presenta una cantidad de zonas bizarras que no pueden menos que ser destacadas. En primer lugar ocurre que con ciudades que cuentan con íconos arquitectónicos tan fuertes como la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad, el Big Ben o el Monumento a la Bandera, la elección del souvenir es relativamente sencilla. Pero ¿qué ocurre con aquellos lugares que por alguna desconocida razón son turísticos, pero carecen de alguna característica distintiva? La respuesta es que empiezan a aparecer esos engendros armados con caracoles, y cuya forma remite a algún personaje cuya fama desconocen hasta los propios lugareños. De esta manera los incautos terminan comprando como recuerdo unas ostras pegoteadas con plasticola, que según el vendedor, es la mascota oficial de Valeria del Mar. Pero mucho más peligroso es el caso opuesto,donde la necesidad de contar con un monumento distintivo para poder venderle a los turistas, lleva a los pobres concejales de estas comunas a aprobar la instalación de verdaderos adefesios, cuyo ejemplo máximo lo representa el reloj cúcú de Villa Carlos Paz.
Esto nos lleva a preguntarnos qué efecto tienen realmente los souvenires sobre las personas. Si se me permite, me parece que los “recuerdos” cuentan con la particularidad de interferir con el correcto proceso de la memoria. En condiciones normales uno sólo recuerda las cosas importantes y tiende a olvidarse de las trivialidades (excepto en esos casos de gente que cuenta con una habilidad especial para recordar datos inútiles y después te enteras que se hicieron millonarios en el programa de Susana…y con esa cara, ¿viste vo’?) Ese es el correcto modo en que funciona la memoria. Por ejemplo, yo me acuerdo de que poseo un par de pantalones y aún más, me acuerdo de que los tengo puestos; sin embargo, no guardo ningún recuerdo sobre el trámite de haberlos ido a comprar. Con los souvenires ocurre exactamente lo opuesto. Supongamos que uno se encuentra frente al Partenón, y le entra esa cuestión de querer asegurarse de que se va a acordar para siempre del Partenón. Entonces se dirige hasta una tienda y se compra un Partenón en miniatura (en líneas generales porque le parece que el “recuerdo” le va a salir más barato que un nuevo viaje a Grecia) Sin embargo, me parece que se crea en la memoria un nuevo recuerdo, aunque ahora sobre un hecho intrascendente; el ir a comprar el souvenir. ¿No notaron cómo las narraciones que hace la gente sobre sus viajes incluyen cada vez más anécdotas sobre los lugares a donde fueron a comprar tal o cual “recuerdo”, casi más que sobre los lugares visitados?
Sin embargo, y pese a toda esta crítica que estoy haciendo, lo cierto es que soy la única persona que conozco que exhibe en su casa todos y cada uno de los souvenires que mis conocidos me traen. No los compro, pero los tengo a la vista. Es que seamos sinceros, en la mayoría de los casos el destino de los souvenires es la parte más recóndita de un cajón. Por el contrario, yo pongo en vidriera todos: recuerdos de cumpleaños, casamientos, Bar Mitzva, elefantes de la suerte, búhos, encuentran refugio en mi casa. Es una forma de tener a la gente que quiero presente…y también una cierta atracción por lo bizarro. El gatito chino que llama el dinero es insuperable en ese sentido.
De todos los recuerdos que la gente trae, el que más me gusta es la Virgen de Luján que viene con un barómetro. ¡Fe y ciencia unidos en un único objeto!; uno no puede menos que admirar el poder de síntesis de estas personas. Además convengamos que el sentido práctico de conocer la presión atmosférica en una manera sencilla (sin tener que tratar de acordarse de que quieren decir los hectopascales y cuántos son muchos o pocos) convence al más escéptico. Para mí que el Papa tendría que insistir en este camino para conseguir más fieles. Lamentablemente llega un momento en que ya no cambia más de color, quedando para siempre en ese color rosa tan poco presentable. ¡Decime si no podía quedar para siempre celestita! Para mi lo hacen a propósito para que te compres otra…
Chiste de la Foto Alternativo (fue descartado por malo y rebuscado)
Cosmonautas rusos: Ahora dicen que dejarían recuerdos en vez de traerlos